domingo, 8 de noviembre de 2009

LOS MUROS DE LA VERGÜENZA

Veinte años han pasado desde la caída del muro de Berlín, también conocido como “Muro de la vergüenza”. Hoy se conmemora este aniversario con justificada alegría y entusiasmo, por parte de todos pero sobre todo por parte de aquellos que lo vivieron entonces, con suficiente edad para entender la importancia de aquel acontecimiento que despertó al mundo el nueve de noviembre de 1989 y lo volvió a unir por donde se había roto. Hoy, el mundo está roto por muchas partes a causa de muchos muros, quizá no tan mediáticos como el de Berlín, pero si igual de dramáticos para los que padecen sus consecuencias. Buscando en la red, aparecen más de una veintena de barreras de hormigón o metal. Las causas que los justifican son: “pacificación civil”, “anti-inmigración”, “antiterrorismo”, “contra bando- antidrogas”, “zona de conflicto”. Existen por motivos diferentes pero todos ellos tienen algo en común: nos hablan de la incapacidad del ser humano para resolver conflictos consensuando, diplomáticamente, o de forma ecuánime. Sembrando un muro, uno no sólo pone una barrera física a las ideologías y emociones, sino que además no tiene por qué ver lo que hay al otro lado. ¿Son entonces los muros, excusas para no tener que solucionar los problemas? Hay veces en que los muros son excusas para crear problemas. Dos vecinos que no se aguantan, por ejemplo, ven el muro que hace de linde entre sus casas, una excusa perfecta para declararse la guerra. A mi juicio, sin duda, los peores son los muros invisibles. Son los más difíciles de derribar. No sólo porque no se puedan ver, sino porque no se pueden derribar. Son los muros que nos ponemos las personas, entre nosotros. A veces son absolutamente necesarios, pero admitir esto también nos debe hacer responsabilizarnos de las consecuencias negativas. El muro que ponemos entre otra persona y nosotros para que no nos afecte lo que nos diga, el que se rompe cuando nos afecta lo que nos dice, el que necesitamos construir apresuradamente cuando las noticias del tercer mundo nos pillan desprevenidos y nos hacen reflexionar, el que quizá ustedes pusieron al empezar a leer esto por si acaso a mi se me ocurriera remover en sus conciencias…. Claro que sí, estamos llenos de muros. Algunos preciosos como la muralla china y otros horribles como el que le plantó su vecino en el jardín, pero ahí están, para recordarnos, que no somos perfectos ni capaces de arreglar los conflictos sin romper el mundo.